jueves, 24 de septiembre de 2015

Inefable

He intentado tanto en vano. 

Vivo en este inútil esfuerzo constante por sacarme de alma esa espada ardiente que fueron tus besos. Ese par de besos, en ese único para de veces que logré verte a los ojos y mirarte el alma, que logré sentirte mío, que me permití ser tuya. 

Es que de la nada me has convertido en otra sumisa más de el amor o la idea de este, soy sólo otra leona de circo cuando solía ser la reina de la sabana. Me has convertido en la marioneta cuando estaba tan acostumbrada al papel de titiritera... o quizás no.

Quizás digo esto para abrirme abruptamente los ojos, que no están cerrados, para volver a levantar los muros y tajar lo puentes, para cerrar las puertas y encender el aire acondicionado a -30°.

Es que de la nada quitaste la venda, tumbaste los muros, construiste puentes, me sembraste el alma y prendiste fuego a esa cueva oscura, a esa cueva fría donde el corazón guardaba. 

Es que de la nada, veo las dos caras y no reconozco cuál es la real. 

Todo, cada cosa, lo que has construido y destruido en mí, lo veo ahora como algo borroso, tan nublado, lo veo como un juego de azar, como la casualidad fugaz de salvar la vida de un pobre hombre en un truculento giro del destino, al salir cinco minutos tarde para el trabajo o cinco minutos temprano, qué importa.

Puedo vislumbrar este hecho triste con final feliz, depende de donde se mire. Puedo ver que todo lo que causaste, este desorden monumental, no fue más que eso, una casualidad fugaz. Nunca lo deseaste así, no fue decisión tuya, nada fue intencional, como tampoco lo fue el quemarme desde adentro, hasta no dejar más que las cenizas. 


Esta sucesión de hechos trágicos no fue más que eso, un giro, mil giros retorcidos del destino haciendo burla de mis antiguas sentencias. Riéndose a carcajadas de cada una de las veces que salió de mi boca el que no me enamoraría, que el amor no era nada, que quizás ni existía. De las veces que hablé, con tanta seguridad y hasta orgullo, de como lo único que estaba dispuesta a amar era el egoísmo, mi egoísmo tan propio que me llevaría al lugar que le ordenase.

Vinieron uno a uno, látigo y latigazo, a cerrarme la boca, a abrirme los ojos . Vinieron con tu mirada color de horizonte, color de montaña. Vinieron con tu sonrisa tan llena de picante, tanto que quemaba. Vinieron con tus brazos que me rodearon tan poco pero aún así no se olvidan. Vinieron junto a tus labios, esos, que me iban a dar la lección de mi vida.

Necesito un párrafo aparte, necesito una vida más, para poder describir esos labios tuyos.

Ellos pasaron fugaces por entre los míos, tan tristes, vacíos. Pasaron por mi cuello, se cortaron un poco en mis clavículas, morían por estar en mi pecho y quedarse allí. Ellos me besaron el alma como nunca nadie pudo, supo, quiso.

Tus labios fueron el cielo, mi cielo, por tan breve espacio de tiempo, que me hicieron odiar aún más esta física absurda, esta realidad tonta.

Suaves, tan suaves, más que cualquier otro par de labios que se hubieran atrevido a tocar los míos a sabiendas de que no ofrecían más que un trozo de carne helada.

Dulces, no, no eran dulces, eran ácidos, peligrosos, dolían con toda la fuerza que el amor podía dar, dolían tanto. Dolían, porque mi corazón expuesto y asustado, pero sabio, sabía que esos, sus labios, no se iban a quedar en mí. 


Sus besos, eran fuertes, demandantes, cálidos.

Todo él era así.

Ahora, no sé cómo es él.

Ahora, no sé si ese era él.

Ahora todo es hielo, puro hielo. Adentro, muy adentro, estamos helando.

El problema aquí, es que a él no le gusta el frío, pero lo sobrevive.

El problema aquí, es que el frío está en mí, pero yo soy muy débil.

Le quiero dar primaveras donde todo florezca, pero para eso, él debe darme su verano, el que creó conmigo.

El problema, es que después de mí, él se volvió invierno, un invierno infinito.

Yo, por mi parte, sigo siendo otoño.

Otoño que espera.

Mis hojas se caen, se me muere el alma, pero aún no nievo, guardo la esperanza, en el fondo, aquí adentro de que vuelva el día en que un par de rayos de sol lo guíen junto a mí.

Espero que él, como lo hice yo, se quite la venda, se quite los miedos, derrumbe los muros, construya los puentes y derrita el hielo. 


Espero que esa sea la razón de su ausencia, sus muros, sus puertas, sus miedos. 

Quiero creer eso. 

Quiero apartar mucho, tanto como pueda, esa idea tan probable y muerta de que si no viene sea porque no quiera. Porque no me quiere, porque no me anhela. ¿Por qué?






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